Ningun niño puede hoy tener una infancia feliz.
Tengo 52 años, pero mis causas –y sus seguidores– son jóvenes. Tenemos
cinco hijos: mi mujer y yo fuimos hijos de familia numerosa y creemos que
es ecológico. Soy católico practicante y hoy nada papista. He participado
en la II Conferència del Decreixement, de Barcelona
¿Esperaba que Hugo Chávez esgrimiera su libro en la cumbre de Copenhague?
Chávez se leyó Cómo los ricos destruyen el planeta en el avión porque se
lo había recomendado mi amigo Ignacio Ramonet, director de Le Monde
Diplomatique a él y a Evo Morales.AChávez le gustó y lomostró al
auditorio en Copenhague.
¿Orgulloso de impresionar a Chávez?
A Chávez le interesó cómo vincula mi ensayo la causa social y la
ecológica. Y no es una conclusión doctrinal, sino mi experiencia.
¿Ha sufrido usted explotación?
Cuando veo un africano malviviendo en un suburbio de París y le pregunto
"¿por qué estás aquí?", su respuesta siempre es una historia de
explotación del hombre por el hombre y después de degradación del
planeta.
Por ejemplo...
Los suburbios de Europa están llenos de inmigrantes que tuvieron que
abandonar el medio ambiente donde nacieron, porque está exhausto tras la
explotación abusiva. Son africanos que inmigran porque no han podido
seguir siendo pescadores o cazadores o agricultores en su tierra, porque
los recursos de sus mares, campos y selvas han sido esquilmados.
Ese camino de África a Europa antes lo hicieron mercancías, valor y
plusvalías.
Vienen aquí porque no les hemos dejado nada allí para que puedan
sobrevivir. ¿Por qué cree que actúan los piratas somalíes? ¿Porque son
malos y peligrosos "terroristas"?
Yo no justificaría la piratería.
Pero expliquemos sus causas: eran pescadores que hoy no pueden competir
con las modernas flotas de pesca como la española, por cierto, o la
japonesa. Ya no les quedan peces, así que cogen las pistolas.
Podemos rectificar.
Si no rectificamos, nuestros hijos heredarán un planeta degradado por la
avaricia y la estupidez de unos pocos. Lo que me preocupa es que estamos
ante una crisis ecológica que pone en peligro nuestra propia especie.
¿No es usted algo cataclísmico?
En un siglo hemos llegado al límite de los recursos que durante un
millón de años fueron ilimitados para nuestros antepasados: el oxígeno;
el agua potable; los mares. En sólo dos generaciones, hemos puesto al
planeta al límite y ahora estamos empezando a superar ese límite.
Aún queda planeta
. Ya no para una sexta parte de las especies terrestres hoy extinguidas
por la acción humana y que existían sólo hace un siglo. Nuestros hijos
sólo pueden ver en fotos animales que nuestros abuelos veían vivos
"La Tierra da recursos para las necesidades de todos, pero jamás dará
suficiente para colmar la avaricia de unos pocos".
Gandhi no sólo lo dijo, sino que lo transformó en ejemplo al vivir con
lo esencial, pero yo me he inspirado en Thornstein Veblen y en su mordaz
ironía al explicar cómo las clases altas necesitan alardear de gasto
suntuario para retarse entre individuos y demostrar su éxito.
Es la teoría del hándicap, o del pavo real, expuesta aquí por el etólogo
evolucionista Amotz Zahavi.
Siempre hemos consumido un exceso de recursos naturales más allá de
nuestras necesidades materiales para competir con los demás: las clases
altas, para deslumbrar a los demás individuos de clase alta, y las clases
bajas han imitado –o al menos lo han intentado– el lucimiento de gasto de
las altas para sentirse ascendidas socialmente.
Todo muy humano.
Y las tribus –hoy naciones y estados– han derrochado también recursos de
su territorio sólo para exhibir su poder. Está en nuestro instinto.
Incluso le diría que hay una parte de esa élite económica que se siente
fascinada por la idea de consumir el planeta hasta el final.
¿Quemar Roma como Nerón?
Una pulsión suicida. Piense que consumir es en realidad destruir. El lujo
hoy es enemigo de la especie. Y en ese sentido necesitamos decrecer
económicamente.
¿Quien más contamina que pague más impuestos?
No basta: hay que cambiar la cultura. Necesitamos una cruzada estética
para afear la sobreexplotación del planeta por mera vanidad. Hay que
reivindicar la sobriedad.
Pues empiece por países petroleros.
No sólo es la exhibición de riqueza. También el despliegue
armamentístico –otra forma de exhibición más perversa y nociva– en otros
países de estilos más austeros.
¿Propone una revolución pedagógica?
Propongo que cuando alguien quiera instalar una fábricaouna granja en un
valle idílico con un río virginal, y ensucie y contamine ese río –o esa
playa– de todos para poder comprarse con las ganancias una mansión
gigantesca o... ¡un Rolex de oro...!
Hay otros lujos más inteligentes...
... Y arruinan su río y contaminan sus aguas... ¡para poder construirse
una piscina en su jardín...!, que todos le digamos que esa conducta es
hortera, ignorante y nos perjudica a todos.
La envidia es más poderosa que la responsabilidad.
Pero nos queda el raciocinio. Nos queda la reflexión: ¿para qué más
coches de 100.000 euros, y mansiones con catorce baños? ¿No sería un lujo
mayor poder caminar por un bosque frondoso y florido y bañarse en un río
limpio?
Veinte coches , un culo
Al fin y al cabo: ¿qué ha hecho el capitalismo por nosotros? Pues, aparte
de doblar nuestra esperanza de vida; o reducir la mortalidad infantil; o
acabar con el hambre en Occidente u otras fruslerías por el estilo...,
nada. Pero si ponemos esa formidable fuerza del libre mercado a cubrir no
sólo las necesidades de nuestros cuerpos –limitadas–, sino las de
nuestros egos –nunca colmadas–, se convierte en capitalismo derrochador
de recursos para el lujo y la exhibición hasta –advierte Kempf– agotar el
planeta. "Puedo comprarme veinte coches –me dijo aquí David Rockefeller–,
pero no puedo comprarme veinte culos para sentarme en ellos". Quizás esa
austeridad que ayer fue virtud sea hoy exigencia.
Fuente: La vanguardia
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