No me sumo generalmente a algunos tonos , solo rescato en este articulo la ironía de protestar copiando lo malo de otro país y sin autoridad moral ya que en los países que les gusta la propuesta de libertad que ofrecen sin duda esto no lo puede hacer.
Otras urgencias periodísticas han demorado emitir un comentario sobre los insignificantes, pero no por ello menos importantes, incidentes que tuvieron lugar con motivo de la presentación en nuestro país, del recomendable libro de la cubana Hilda Molina, titulado Mi verdad, en el cual relata su lento descreimiento en el régimen de Fidel Castro desarrollando a la vez un análisis de su traición a los postulados que dieron origen a la revolución en aquel país.
En primer lugar hay que reconocer que los revoltosos no tuvieron ni el mérito de la originalidad, ya que repitieron unos incidentes que habían tenido lugar en Buenos Aires hace cuatro meses con motivo de la presentación del mismo libro, donde interrumpieron a los presentadores lanzando sillas por el aire. Alguien comentó con sarcasmo que felizmente los asientos del Teatro del Centro, donde tuvo lugar el acto, se encuentran fijos en el piso, lo que impidió que copiaran incluso los mecanismos de protesta, obligándolos a utilizar parte de sus escasas neuronas en la búsqueda de sustitutivos.
Fue, por otra parte, el mismo procedimiento al que siguen recurriendo los trasnochados defensores del actual régimen cubano -que por su reiteración parece aplicarse más a consignas impuestas desde afuera que a reacciones individuales o espontáneas-, a las cuales los llamados "opositores" ya están acostumbrados y de la que fuera víctima también Wilson Ferreira Aldunate en un acto que tuvo lugar hace varios años en la explanada de la Universidad, donde les respondió con una histórica sentencia.
En este reciente caso, se agregó a la actitud de intolerancia de los protestatarios un claro ejemplo de mala educación, ya que la señora que interrumpió a la oradora, gritándole "traidora", olvidó que jamás podría haber gritado lo mismo en un acto realizado en La Habana, y la persona que le reprochó no haber mencionado el bloqueo que padece la isla, lo hizo sin aguardar que terminara la exposición, se abriera el periodo de preguntas y sin haber tampoco leído el libro, que recién se ponía a la venta, dando lugar a una terminante respuesta de la increpada. Superando el deseo de un asistente de pegarle un puntapié al bastón en que se apoyaba, no fueron esas las únicas sorpresas del acto, ya que al retirarse fueron recibidos en la Plaza Libertad por ocho -sí, ocho-, despistados vociferantes, prendidos a una bandera cubana en una imagen exactamente igual a la que se viene observando en todos los lugares donde se levanta una tribuna de la libertad, criticando a la dictadura cubana, lanzando las mismas acusaciones de "gusanos vendidos a la CIA" que pudieron haberse evitado colocando una grabación, ya que se repiten desde hace años ante cualquier discrepancia con el castrismo. Tal vez por la misma razón que los lleva a no reconocer sus errores, es que siguen atados a una fraseología que ya suena como antigua y que no puede disimular su incapacidad de razonar y de comprobar los defectos de un régimen que, luego de desaparecido el régimen soviético que los alimentaba, sólo sobrevive gracias a los cretinos -en la más exacta acepción del término -, que intentan mantenerlo vivo.
Mientras sus socios del Frente Amplio en Montevideo ya se olvidaron del viejo "Yanquis go home" con que pintaban los muros del edificio de la Compañía del Gas, que aún sobrevive en algún tramo de la Rambla, sustituyéndolo por unas bochornosas fotografías en que el Presidente de la República comparte una copa de champagne con la Vice Presidenta del Banco Mundial, todavía quedan selenitas en el Uruguay que desempolvan aquellas viejas diatribas. En su pecado llevan incluida su penitencia, confiando en que algún día puedan reconocer sus errores.
La ventaja de la libertad se encuentra en que, aunque demore en lograrse, siempre termina imponiéndose, y el fatalismo de las dictaduras se encuentra en que siempre terminan cayendo. Tal vez la más importante y moderna lección de las democracias debe dirigirse a tener paciencia para comprobarlo.
Fuente: El País Digital
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