Con estos datos parciales podríamos deducir que disponemos de suficientes alimentos para todas y todos, y especialmente en los países empobrecidos. Pero la realidad es que mientras la producción de alimentos ha ido aumentando, el hambre también. Si en 1990, 842 millones de personas padecían hambre, la cifra ascendió a 873 millones en el 2004 para situarnos a finales del año pasado en 1.200 millones. Como dijo el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, al presentar estos datos el pasado 16 de marzo a la Asamblea General, “nunca antes se había alcanzado esta cifra”. También explicó que este aumento se ha dado tanto en números absolutos como en la proporción que las personas con hambre representan de la población mundial.
Así pues, me atrevo a teorizar -por irracional que parezca- que no es cierto que el hambre en el mundo obliga a más producción de alimentos, bien al contrario, cuanto más se produce, más hambre y desigualdad se genera. Porque este sistema alimentario global capitalista que tenemos en funcionamiento se basa, al menos, en tres mecanismos perversos. Por un lado se intensifica tanto la producción que apenas se requiere mano de obra y así millones de personas son expulsadas de su medio de vida. Segundo, la mano de obra que se el sistema se ve obligado a utilizar es remunerada con salarios insuficientes para proveerse de su alimento. Y tercero, la búsqueda de beneficios de las corporaciones que están en este sector es tan ávida que esquilman la tierra y vacían los mares agotando los recursos y las posibilidades de alimentación de las poblaciones rurales, mayoritariamente en el Sur.
- Gustavo Duch Guillot es Ex Director de Veterinarios Sin Fronteras y Colaborador de la Universidad Rural Paulo Freire http://gustavoduch.wordpre
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